De la esclavitud a la libertad

Corrían los años 80, cuando siendo una niña al salir del colegio, un grupo de amigos estaban sentados en la malla de al lado charlando y fumando. Me acerqué a ellos y me ofrecieron fumar. Aquello no era un cigarro, tenía un fuerte olor, recordé que también había visto a un conocido fumando y pensé que no haría mal a nadie si lo probaba. Así fue como comencé a fumar mi primer porro, poco a poco se convirtió en una práctica diaria.

Más adelante un amigo me ofreció probar un micro punto rojo, LSD (TRIPIS) y no me pareció mal vivir la experiencia. Así que lo probé y me gustó. Tiempo después regresé al colegio. Tras el verano, fumar porros era algo habitual y de vez en cuando las fiestas con alcohol y tripis se volvieron habituales.

Aquel invierno me enamoré de un chico. Pasó el invierno y, llegada la primavera, un fin de semana que mis padres se habían ido, me marché con aquel chico a pasar el fin de semana con dos amigos más. Fumamos porros, bebimos alcohol y tomamos un tripi. Cuando regresé a casa, estaba nerviosa, asustada, me sentía mal conmigo misma y decidí no decir nada de lo ocurrido. Sin embargo, yo me sentía triste, deprimida, había fallado. Llegó de nuevo el verano y marché a un pueblo con mis padres. Allí me encontré con mi pandilla de amigos con los que pasaba el verano normalmente. Yo seguía deprimida y mis amigos estaban distantes, desaparecían largo rato y cuando los veía estaban relajados, adormilados, se le notaba a gusto. Un día uno de ellos me pidió dinero. Le pregunte ¿para qué? Y me comentó que tenía mono (síndrome de abstinencia) y necesitaba drogarse. Yo le dije que le daba dinero si me dejaba probarlo, pues yo quería sentirme como ellos. Aquel día probé por primera vez la heroína en vena. Estuve vomitando toda la tarde, pero luego el malestar dejo pasó a una sensación placentera de relajación y de paz. Se me olvidaron mis problemas. Sin embargo, no me di cuenta de que lo que hacía era aumentar a algo de más gravedad.

Aquel verano había comenzado con la heroína que arrasó a España en los 80. Comenzó la llamada ruta del Bacalao y proseguí probando la mezcalina, la marihuana, el hachís, el LSD y la heroína. Cuando regresé al colegio en invierno, ya no asistía a las clases. Desapareció de mi mente el sentido de la puntualidad y qué decir de la honestidad y de la ética. Ya no volví al colegio. Me había enganchado a la heroína hasta un punto ya degradante. Me marché de casa, viví unos años de locura. Lo único que había en mi cabeza cuando despertaba era conseguir dinero para quitarme el mono y así drogarme.

Aquella vida estalló y con ayuda de mi familia, conseguí dejar la heroína, Fue un camino largo y tedioso, pero lo hice. Comencé a trabajar y me quedé embarazada. Tuve a mi hija, el padre de mi hija que había sido heroinómano recayó y enfermó de cáncer. Duró tres años. Fui fuerte y conseguí no caer. En esos años retomé mis estudios y comencé a trabajar, tenía a mi hija y mi trabajo.

Un día conocí a otro hombre y me ofreció cocaina. Yo pensé que mi problema era la heroína, que la cocaína no iba a causarme problemas, así que la probé. Me casé con aquel hombre y tuve otra hija. El día de mi boda no faltaron ni alcohol ni drogas. Mi vida transcurría entre mi trabajo, mis hijas y fiestas cada din de semana, y por supuesto drogas. Mi matrimonio se fue degradando, la libertad se convirtió en libertinaje. De nuevo mi vida se hundió, me separé y no tenía consuelo.

De nuevo me ofrecieron probar cocaína en base y lo hice. Cuando fumaba me daban igual los problemas, me gustaba la sensación, era otro mundo. Sin darme cuenta me enganché de nuevo a la cocaína en base. Con el tiempo lo perdí todo, no solo mis bienes y lo que años atrás había conseguido, sino que también perdí lo más grande de mi vida, a mis hijas y por descontado a mis padres y hermanos. Ya no tenía amigos. Aquellos que se me acercaban era para sacarme todo lo que podían. Me vi en el mercado más grande de la droga en Europa, en Madrid; lo llaman zombilandia donde la droga, la extorción, el tráfico de armas, la prostitución, es un lugar donde no existe ningún valor, ya no vales nada, no hay principios ni valores, no existe la ética ni la honestidad, ni mucho menos. Eres un despojo humano. Finalmente, en un día que tenía un poco de lucidez, pedí ayuda. No quería morirme en aquel infierno, pues si hay un infierno les aseguro que está ahí.

Lo había perdido todo, a mi espalda toda una vida en drogas, ni mis hijas ni mi madre querían saber de mí y también perdí a mi marido. Uno días antes de que falleciera mi padre, me dijo: “Lo que más me duele es que amas tanto la libertad y te has hecho esclava de lo que más ata”. Tenía que decidirme en dar el paso adelante o acabar de hundirme.

Y al final tomé la decisión de venir a Narconon Los Molinos. Al llegar sentí paz al sentir que trataban con humanidad y cariño. Pasé la retirada de drogas en la que no me dejaban sola un instante. Luego hice la sauna que es el proceso de desintoxicación del cuerpo y me recuperé físicamente de los efectos dañinos de las drogas. Comencé a pensar con claridad, parecía que todo se había despejado en mi mente. Es inevitable eludir las secuelas físicas del maltrato que le di a mi cuerpo. No obstante, en todo momento el personal de Narconon Los Molinos me estuvo ayudando. Mejoré mi comunicación, la cual había perdido. Tengo mejor control sobre mí misma, mis reacciones, mis impulsos. Aprendí que la vida y los problemas hay que confrontarlos y no enmascararlos.

Me di cuenta de la importancia que tiene la honestidad y la ética en la vida. En verdad son la clave para ser libre. Descubrí que ahí reside la verdadera libertad. Asumo mi responsabilidad por todo el daño que causé en todos los aspectos de mi vida como a mi familia, grupos, sociedad y todo mi entorno. Me doy cuenta de que mi supervivencia y la de las personas que quiero dependen de mi capacidad para hacer lo correcto y esto es aquello que beneficia más de lo que perjudica. Solía culpar a los demás y la única culpable era yo.

Sigo mejorando día a día, dándome cuenta de quién, y cómo soy yo. En esta vida somos dueños de nuestras decisiones y esto es lo que marca la diferencia. Hoy he recuperado el cariño de mis hijas y el de mi madre y también me di cuenta de que existen personas que de verdad tienen humanidad y que me guían en cada paso que doy. Ahora tengo ilusión y me siento feliz. Cada día que pasa es una experiencia nueva en mi vida. No tengo palabras para expresar mi agradecimiento con Narconon y su personal que entrega el programa. Me devolvieron mi vida y ahora sí me siento libre.

Gracias, Marisa Barcala.

AUTOR

Juan Luis

Director Ejecutivo Narconon Los Molinos

NARCONON LOS MOLINOS

EDUCACIÓN Y REHABILITACIÓN DE DROGAS